miércoles, 1 de junio de 2011

El hombre que plantaba árboles


Cada día nuestro planeta pierde, sólo por la tala directa, unos dos millones de árboles. Esto viene a significar que cada año desaparece el equivalente a un árbol por cada habitante del planeta.
Hoy os dejo otra fascinante historia de árboles que invita a reflexionar sobre nuestra relación con el medio ambiente, es la historia de un “Forestman”. Su autor es el novelista francés Jean Giono y el título de la historia “El hombre que plantaba árboles”.
Un relato lleno de sensibilidad que es un canto al desinterés y a la generosidad y que exalta el enorme valor que hay en un acto tan sencillo como es plantar un árbol. Nos habla de la generosidad del hombre con su medio, de la sabiduría que encierra la espera, y la humildad... todos ellos valores que deberíamos rescatar en nuestro quehacer diario.
Esta sencilla historia, escrita a mediados del pasado siglo, fue encargada a Jean Giono por una editorial norteamericana que le pidió que escribiese un relato breve acerca de un personaje real que fuese inolvidable.

Giono escribió entonces “El hombre que plantaba árboles”, la historia de Elzéard Bouffier. Pero al no ser el protagonista un personaje real, la editorial rechazó el encargó, por lo que Jean Giono donó sus derechos de autor a todas las reproducciones. Su objetivo al escribirlo no fue otro que el de sembrar el amor a los árboles. Una forma de acercarse a esta obra es a través de una grabación que realizó en 1993 Paul Winter Consort, narrada por Lara López, su voz está acompañada del saxo soprano de Paul Winter.

La historia ha sido ampliamente difundida en el mundo entero y ha sido traducida a trece idiomas. Lo que ha contribuido también a que se hallan hecho numerosas preguntas alrededor de la personalidad de Eleazar Bouffier y sobre de los bosques de Vergons. Si bien es cierto que el hombre que plantó los robles es un simple producto de la imaginación del autor; es importante aclarar que algunos atribuyeron veracidad histórica al relato ya que en ésta región se ha realizado un enorme esfuerzo de reforestación, sobretodo a partir de 1880. Cien mil hectáreas han sido reforestadas antes de la Primera Guerra Mundial, utilizando predominantemente pino negro de Austria y arbustos de Europa. Estos bosques son actualmente bellísimos y han transformado el paisaje y el régimen de las aguas de esta región.
El hombre que plantaba árboles” narra la historia de un pastor que, con su sola voluntad y esfuerzo, convierte una tierra desierta, abandonada, infértil, en un maravilloso vergel. Pero la moraleja sobre la capacidad humana para, con tesón, alcanzar cualquier objetivo que se plantee, no me conmueve tanto como la historia en sí.
El narrador nos cuenta como en 1913, en una excursión por la Provenza atravesó una zona árida en la que nada crecía y en la que era imposible encontrar agua. Pueblos abandonados mostraban que en la zona una vez vivieron hombres, pero de ellos ya sólo quedaban las ruinas de sus casas. En medio de esa desolación, el narrador encuentra un pastor con el que pasa un par de días mientras le explica su principal ocupación: plantar árboles.
Cada día prepara y planta 100 bellotas de robles en la inmensidad desierta de las montañas que le rodean. Usaba como bastón una vara de hierro. Con su punta hacía un hoyo en el que plantaba una bellota y luego lo rellenaba. Llevaba tres años plantando árboles en ese desierto. Había plantado ya 100.000. De éstos, unos 20.000 habían germinado. De los 20.000, esperaba perder la mitad a causa de los roedores o el mal clima. Aún así, quedarían 10.000 robles donde antes no había nada.
También había preparado un vivero de hayas y otro de abedules para sembrar en los valles, donde el agua debiera ser superficial.
El pastor ignoraba quién era el dueño de las tierras que plantaba, pero comprendía que aquellas tierras se morían por la falta de árboles. Generosamente, dedica sus esfuerzos a devolverlas a la vida.
Después de la I Guerra Mundial el narrador volvió por aquellos lugares. Lo que vio le dejó sorprendido. La lenta labor del pastor comenzaba a dar sus frutos y hermosos árboles jóvenes, llenos de vigor, se extendían por lo que antes era un yermo desolado. Las hayas, los robles y los abedules que cubrían ahora la tierra hicieron comprender al narrador que la dedicación de aquel hombre nada tenía que ver con una excéntrica afición, como el coleccionar sellos. Aquel bosque fue protegido y se destinaron 3 agentes forestales para su protección.
El narrador aún regresó una tercera vez a la zona, al acabar la II Guerra Mundial, y en el lugar de la tierra desierta que conoció en su primera visita pudo encontrar un extenso bosque que había llamado a la vida a su alrededor. Gracias a los árboles los acuíferos se rellenaron y los manantiales volvieron a fluir. Cuando el agua corrió, volvieron los hombres y recuperaron las tierras de labor, los huertos, las praderías, los jardines… ignorantes de que toda aquella abundancia la debían a la labor callada de un hombre que, amando la tierra, supo devolverla a la vida.
Los árboles renuevan el aire, el agua y el suelo de las zonas donde viven y son tesoros de biodiversidad en sí mismos. Un suelo sin árboles es el principio de un desierto. Pero todos, en mayor o menos medida, podemos emular a Elzéard Bouffier y contribuir a frenar la desertización. Seamos generosos.
Otra forma de acercarse a esta obra es a través de cortometraje de animación del canadiense Frèdéric Back, por el que recibió el Premio Oscar al mejor cortometraje animado en 1987.


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